Pia Arismendi

En la atmósfera serena de un sábado por la tarde, donde la luz del sol se filtra suavemente entre los edificios y el murmullo de la ciudad se mantiene a una distancia prudente, una estrategia de afrontamiento se revela con la fuerza tranquila de la convicción: "La distancia y el silencio siempre serán mis respuestas favoritas a las malas acciones de la gente." Esta frase, despojada de confrontación directa, nos adentra en la psicología de los límites saludables, la autoprotección y la sabiduría de elegir la no-participación como una forma poderosa de responder a la negatividad ajena.


Desde una perspectiva psicológica, la elección de la distancia y el silencio como respuesta a las malas acciones se alinea con estrategias de regulación emocional y establecimiento de límites. Ante comportamientos dañinos, la reacción impulsiva podría ser la confrontación, la represalia o la internalización del malestar. Sin embargo, la distancia y el silencio ofrecen un espacio para la reflexión, la reducción del impacto emocional inmediato y la preservación de la propia energía.


La distancia, en este contexto, no se refiere necesariamente a una separación física, aunque en algunos casos puede serlo. Más bien, implica un distanciamiento emocional y psicológico. Establecer una barrera entre uno mismo y la fuente de la mala acción permite reducir la exposición a la negatividad y proteger la propia paz interior. Es un acto de autocuidado que prioriza el bienestar emocional por encima de la necesidad de involucrarse en dinámicas tóxicas.


El silencio, por su parte, se convierte en una herramienta poderosa de no-escalada y de preservación de la propia energía. Responder a las malas acciones con palabras a menudo puede alimentar el conflicto, dar poder al agresor o arrastrarnos a un terreno de confrontación improductivo. El silencio estratégico niega esta gratificación, evitando la escalada y permitiendo que la energía del otro se disipe sin encontrar eco.


Psicológicamente, esta estrategia puede interpretarse como una forma de establecer límites saludables. Al no participar en el juego de la mala acción, se comunica implícitamente que ese comportamiento no es aceptable y no obtendrá la reacción deseada. Es una manera de proteger la propia integridad emocional sin necesidad de confrontaciones directas que a menudo resultan agotadoras y poco efectivas.


La elección de la distancia y el silencio también puede reflejar una comprensión madura de la naturaleza humana y la futilidad de intentar cambiar a quienes no están dispuestos a hacerlo. En lugar de invertir energía en tratar de razonar o confrontar comportamientos dañinos, se opta por una estrategia que prioriza la propia protección y el mantenimiento de la propia estabilidad emocional.


Desde la perspectiva de la inteligencia emocional, esta respuesta requiere autoconciencia para reconocer el impacto de la mala acción, autorregulación para elegir una respuesta no impulsiva y empatía (paradójicamente) para comprender que la mala acción a menudo refleja problemas internos del otro, sin necesidad de internalizar o responder de la misma manera.


En la tranquilidad reflexiva, donde las montañas imponentes nos recuerdan la vastedad del mundo más allá de nuestras interacciones inmediatas, esta frase nos ofrece una perspectiva sabia sobre cómo navegar las complejidades de las relaciones humanas. La distancia y el silencio no son signos de debilidad o evasión, sino herramientas poderosas de autoprotección y preservación de la paz interior. Al elegir no dar poder a las malas acciones a través de la confrontación o la internalización, nos empoderamos y creamos un santuario de silencio donde nuestra energía se invierte en nuestro propio bienestar y en la construcción de relaciones basadas en el respeto mutuo. Es una forma de responder con sabiduría, eligiendo la calma en medio de la tormenta ajena.



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