Pia Arismendi

Una vez más, México se viste de gala y nostalgia para celebrar el Día de Muertos, una de sus festividades más emblemáticas y conmovedoras, reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Este no es un día de luto, sino de un jubiloso reencuentro; un lienzo de colores vibrantes, aromas intensos y la dulce certeza de que, por unas horas, la barrera entre la vida y la muerte se disuelve. 


Altares que Tocan el Cielo 


El corazón de la celebración late en los altares de ofrendas, verdaderas obras de arte efímeras erigidas en hogares, plazas y cementerios. Cada uno es un mapa espiritual de varios niveles, guiando a las almas de vuelta a casa. 


El elemento central es la flor de cempasúchil (la flor de veinte pétalos), cuyo intenso color naranja y penetrante aroma crea un sendero luminoso y olfativo desde el panteón. Las velas y veladoras representan la luz de la fe y la esperanza, mientras que el copal y el incienso purifican el ambiente y elevan las plegarias. 


Un Banquete para el Viajero 


La ofrenda es, en esencia, un banquete para los difuntos. El famoso pan de muerto, con su sabor a azahar y su forma que evoca huesos, es indispensable. Se colocan platillos y bebidas que el ser querido disfrutaba en vida: desde mole y tamales, hasta tequila o el indispensable vaso de agua para saciar la sed tras el largo viaje. Las calaveritas de azúcar y chocolate, con los nombres de vivos y muertos, añaden un toque de humor y dulzura. 


La Elegancia de la Muerte: La Catrina 


En las calles, la figura que reina es La Catrina, la elegante dama calavera popularizada por el grabador José Guadalupe Posada. Hoy, miles de personas se maquillan y visten con trajes de época, convirtiéndose en lienzos andantes que celebran la belleza inherente a la finitud de la vida. Desfiles monumentales en ciudades como la capital y Oaxaca atraen a turistas de todo el mundo, maravillados por la creatividad y el respeto con el que se aborda a la muerte. 


Celebración en los Cementerios 


La noche del 1 al 2 de noviembre, los panteones se transforman en festivales de luz y sonido. Las familias se reúnen en las tumbas, limpiando, decorando con flores y compartiendo las comidas y bebidas que formaban parte de la vida de sus seres queridos. Es una vigilia tranquila, llena de anécdotas, risas y a veces lágrimas, pero siempre marcada por el calor de la convivencia. 


El Día de Muertos no es solo una tradición, es una filosofía de vida que enseña a los mexicanos a mirar a la muerte no como el final, sino como parte de un ciclo. En este día, el recuerdo se vuelve tangible y la presencia de quienes se han ido es más dulce y cercana que nunca. México honra a sus muertos, y al hacerlo, celebra profundamente la vida.

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