Yo también lo sentí. Ese sabor metálico y denso de la certeza final, la convicción fría como el acero de que la vida se escurría entre los dedos, dejando solo un vacío punzante. El aire se volvía espeso, con el aroma sofocante de la derrota inminente, y el mundo perdía su color, tornándose un lienzo gris y áspero.
Sentía el peso opresivo del miedo aplastándome el pecho, cada latido un eco débil en la oscuridad que se cernía. La esperanza era una brasa casi extinta, un recuerdo tenue de una calidez que parecía imposible de recuperar. El futuro olía a ceniza, a la quietud fría del final.
Pero entonces… el primer rayo. Un hilo dorado que se abría paso entre las nubes oscuras.
Al principio, apenas perceptible, un susurro cálido en la piel entumecida. Luego, una sensación creciente, como la savia que comienza a fluir de nuevo por una rama aparentemente seca.
Lentamente, el sabor amargo comenzó a diluirse, reemplazado por un dejo agridulce de resiliencia. El aire se limpió, trayendo consigo el aroma tenue de la tierra mojada después de una tormenta, la promesa de un nuevo crecimiento. El gris comenzó a matizarse, pinceladas suaves de color que devolvían la vida al lienzo.
El peso en el pecho se aligeró, permitiendo una respiración más profunda, un latido más firme. La esperanza, antes una brasa, comenzó a avivarse, una llama temblorosa pero persistente. El futuro ya no olía a ceniza, sino a la frescura incierta de un nuevo amanecer.
Y ahora, la cicatriz. No es la textura áspera del dolor vivo, sino la superficie lisa y firme de una herida sanada. Al tocarla, siento la memoria del sufrimiento, sí, pero también la prueba tangible de mi fortaleza, la evidencia silenciosa de que la vida, incluso al borde del abismo, tiene una increíble capacidad de renovación.
Por eso te lo juro. Con la certeza que se siente al tocar la propia piel después de una larga enfermedad, con la convicción que tiene el sabor dulce del alivio tras la sed intensa: sanas.
La oscuridad no es el final, es solo una noche larga. El sabor amargo se disipa. El peso se levanta. La esperanza revive. Porque lo he sentido. Y tú también lo sentirás. La sanación llega, como el sol después de la tormenta, dejando tras de sí la tranquila belleza de una cicatriz.