Pia Arismendi

Bajo el sol otoñal que baña las calle, la reflexión resuena con una calidez liberadora: "Debes perdonar la versión que fuiste cuando no supiste gestionar lo que te estaba pasando." Esta frase, aparentemente sencilla, es un bálsamo para las heridas del pasado, una invitación profunda a la autoaceptación y un reconocimiento psicológicamente crucial de nuestra naturaleza humana en constante aprendizaje. No se trata de justificar errores, sino de extender una mano compasiva a aquel yo inexperto que navegó tormentas sin el mapa ni la brújula adecuados.


Desde la psicología, esta afirmación se ancla en la comprensión de que el comportamiento humano está intrínsecamente ligado al contexto y a los recursos internos disponibles en un momento dado. La "versión que fuiste" actuó con las herramientas emocionales, cognitivas y experienciales que poseía en ese entonces. Juzgarla con la sabiduría y la perspectiva del presente es un ejercicio injusto, una imposición de estándares retroactivos que ignora la realidad de nuestro crecimiento y evolución.


La necesidad de perdonar a ese yo pasado surge de la tendencia humana a la rumiación y la autocrítica severa. Nos aferramos a errores cometidos, a palabras hirientes pronunciadas o a decisiones desacertadas, reviviendo el malestar y alimentando sentimientos de culpa y vergüenza. Esta autoflagelación constante impide la sanación y nos ata a un pasado que ya no podemos cambiar. El perdón retroactivo es un acto de liberación, un reconocimiento de que hicimos lo mejor que pudimos con lo que sabíamos y teníamos en ese momento.


Psicológicamente, este perdón se alinea con el concepto de auto-compasión. Kristin Neff, pionera en este campo, define la auto-compasión como tratarnos a nosotros mismos con la misma amabilidad, comprensión y aceptación que ofreceremos a un amigo que está sufriendo. Perdonar nuestra "versión inexperta" es un acto de auto-compasión, un reconocimiento de nuestra humanidad imperfecta y de la inevitabilidad de cometer errores en el camino del aprendizaje.


La frase también nos invita a considerar el desarrollo emocional y cognitivo. A lo largo de la vida, nuestras capacidades para gestionar el estrés, regular las emociones y tomar decisiones maduran gradualmente. La "versión que fuiste" se encontraba en una etapa diferente de este desarrollo, con una menor comprensión de sus propias emociones y de las dinámicas interpersonales. Exigirle la sabiduría y la templanza del presente es ignorar este proceso natural de crecimiento.


Perdonar esa versión inexperta no implica justificar acciones dañinas hacia otros. Sin embargo, sí implica separar la acción del valor intrínseco de la persona que fuimos. Podemos reconocer el daño causado y aprender de él, sin que ese error defina nuestra identidad presente ni nos condene a un ciclo de culpa perpetua. El perdón retroactivo libera energía para el presente y el futuro, permitiéndonos construir una mejor versión de nosotros mismos.


En este proceso de perdón, la reflexión consciente juega un papel fundamental. Mirar hacia atrás con curiosidad en lugar de juicio, tratando de comprender las circunstancias, las emociones y las limitaciones que influyeron en nuestras acciones, puede facilitar la comprensión y la aceptación. Reconocer el aprendizaje que surgió de esas experiencias, incluso de las más dolorosas, puede transformar la culpa en gratitud por el crecimiento personal.


En última instancia, perdonar la versión que fuimos cuando no supimos gestionar lo que nos estaba pasando es un acto de profunda autoaceptación. Es abrazar nuestra historia completa, con sus errores y sus aprendizajes, reconociendo que cada paso, incluso los tropezones, nos han llevado a ser quienes somos hoy. Es liberarnos del peso del pasado para caminar hacia el futuro con mayor ligereza y compasión hacia nosotros mismos, sabiendo que el crecimiento es un viaje continuo y que el perdón es el equipaje más ligero que podemos llevar. Bajo el sol de Santiago, esta verdad resplandece con la promesa de paz interior.

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