Pia Arismendi

La frase "todo lo que se va... le hace espacio a lo nuevo" resuena con una verdad innegable, casi poética, sobre la naturaleza del cambio. A primera vista, evoca una sensación de optimismo y renovación, una promesa de que, tras cada partida, aguarda una nueva oportunidad. Sin embargo, desde una perspectiva psicológica, esta afirmación encapsula un proceso mucho más complejo, doloroso y, a la vez, profundamente transformador.


Cuando algo "se va" de nuestras vidas —sea una relación, un trabajo, una etapa, un ser querido, una creencia arraigada o incluso una parte de nuestra identidad— no deja simplemente un vacío. Deja un eco. Un eco de recuerdos, de apegos, de rutinas y de sueños compartidos o individuales. El espacio que queda no es, en un principio, un lienzo en blanco y prometedor, sino a menudo un abismo de incertidumbre, pena y desorientación. 


Psicológicamente, este "vacío" inicial es un terreno fértil para el duelo. Es un proceso natural y necesario de asimilar la pérdida. Negar este dolor, intentar llenarlo de inmediato o apresurarse a "lo nuevo" sin haber procesado el "adiós", puede ser perjudicial. El duelo nos permite reconocer la importancia de lo que se ha ido, honrar lo vivido y, de forma gradual, comenzar a desvincularnos emocionalmente de aquello que ya no está. Es en esta fase donde se produce una renegociación interna: de quiénes éramos en relación con lo perdido y de quiénes somos ahora. 


Pero es precisamente en esta confrontación con el vacío y el dolor donde reside la oportunidad de crecimiento. La frase nos invita a ver que el "espacio" no es solo físico, sino profundamente psicológico y existencial. La partida de algo o alguien nos obliga a reexaminar nuestras estructuras internas: nuestros hábitos, nuestras seguridades, nuestras narrativas sobre nosotros mismos y el mundo. Al desaparecer lo conocido, se nos presenta la imperiosa necesidad de construir algo diferente, o de redescubrir algo que ya estaba ahí, pero que permanecía eclipsado. 


"Lo nuevo" no siempre se manifiesta como una persona o un evento externo. A menudo, "lo nuevo" es una nueva perspectiva, una resiliencia forjada en la adversidad, una comprensión más profunda de nuestra propia fuerza, un propósito redefinido o el descubrimiento de talentos y pasiones que antes no teníamos espacio para explorar. Es el proceso de adaptación, de reconfiguración de nuestra identidad y de apertura a posibilidades que antes no existían en nuestro mapa mental. 


Este proceso, sin embargo, no es automático. Requiere un trabajo consciente y una gran dosis de autocompasión. Implica aceptar la incomodidad del vacío, permitirnos sentir la tristeza, y luego, con valentía y paciencia, empezar a sembrar las semillas de lo que deseamos que florezca en ese espacio recién liberado. Es un acto de fe en nuestra capacidad de recuperación y de crecimiento. 


En última instancia, la sabiduría de "todo lo que se va... le hace espacio a lo nuevo" reside en su capacidad para recordarnos que la vida es un ciclo constante de finales y comienzos. 


Cada adiós, por doloroso que sea, no es solo una ausencia, sino una invitación intrínseca a la evolución, a la redefinición y a la construcción de una versión más expandida y resiliente de nosotros mismos. El eco del vacío, aunque melancólico, puede convertirse en el sonido de nuevas oportunidades resonando en el horizonte.

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