Pia Arismendi

En la atmósfera vibrante y a menudo exigente, donde la vida se despliega en múltiples ritmos y desafíos, una verdad fundamental sobre la empatía y el apoyo humano emerge con una claridad visceral: "Cuando alguien se está ahogando, no es el momento de enseñarle a nadar. Extiéndele tu mano." Esta frase, despojada de cualquier idealismo pedagógico inoportuno, nos sitúa en el corazón de la respuesta humana ante la crisis, revelando la urgencia de la acción compasiva y la primacía del apoyo inmediato sobre la instrucción diferida.


Desde la psicología de la crisis y el trauma, esta afirmación resuena con la comprensión de que en los momentos de angustia aguda, la capacidad de una persona para procesar información compleja, aprender nuevas habilidades o aplicar estrategias a largo plazo se ve significativamente comprometida. El sistema nervioso está en estado de alerta máxima, enfocado en la supervivencia inmediata. Intentar impartir una lección en ese momento, por bien intencionada que sea, resulta no sólo ineficaz, sino potencialmente dañino, ya que puede generar frustración, culpa e intensificar la sensación de incapacidad en la persona que ya se siente desbordada.


La imagen del "ahogamiento" es una metáfora poderosa de la crisis emocional o mental. Representa un estado de sufrimiento intenso donde la persona se siente sobrepasada por las circunstancias, luchando por mantener la cabeza fuera del agua de la desesperación, la ansiedad o el dolor. En este contexto, la prioridad absoluta no es la adquisición de herramientas futuras, sino el alivio inmediato del sufrimiento y la garantía de seguridad.


Extender la mano, en este sentido, simboliza la intervención de apoyo directo. Puede manifestarse de diversas maneras: una escucha activa y empática que valide el dolor del otro, una oferta concreta de ayuda práctica, una presencia tranquilizadora que transmita seguridad, o incluso la búsqueda de recursos profesionales adecuados. El acto de extender la mano comunica un mensaje poderoso: "No estás solo en esto. Estoy aquí para ayudarte a salir a la superficie."


Psicológicamente, esta respuesta inmediata se alinea con los principios de la regulación emocional externa. En momentos de desregulación intensa, la presencia calmada y el apoyo de otra persona pueden ayudar a la persona en crisis a recuperar un cierto equilibrio emocional. La mano extendida actúa como un ancla, ofreciendo un punto de referencia seguro en medio del caos interno.


La frase también destaca la importancia de la empatía y la compasión como motores de la acción de ayuda. Reconocer la urgencia y la gravedad de la situación del otro, poniéndonos en su lugar y sintiendo su angustia, nos impulsa a ofrecer el apoyo más inmediato y efectivo posible. La empatía nos permite discernir que en ese momento, la instrucción es secundaria a la necesidad de rescate.


En el tejido social diverso y a menudo desafiante, donde las crisis personales pueden ocultarse tras fachadas de normalidad, esta reflexión nos recuerda la responsabilidad humana fundamental de responder con compasión ante el sufrimiento ajeno. No siempre tendremos las respuestas o las soluciones a largo plazo, pero siempre podemos ofrecer una mano que transmita apoyo y solidaridad en el momento de mayor necesidad. La urgencia radica en reconocer la primacía del alivio inmediato en la crisis, entendiendo que solo una vez que la persona se siente segura y a flote, estará en condiciones de aprender a nadar por sí misma. La mano extendida es el primer paso esencial en el camino hacia la sanación y la recuperación.

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