Pia Arismendi

En la atmósfera vibrante y a la vez contemplativa de un soleado sábado en Las Condes, donde el murmullo de la vida cotidiana se entrelaza con la majestuosidad de los Andes al fondo, una verdad sencilla pero profunda resuena con la claridad de un cristal: "Solo las personas que se preocupan por ti pueden oírte cuando estás callado o callada." Esta frase, despojada de adornos, nos sumerge en la esencia de la conexión empática, revelando la capacidad única de aquellos que nos aman genuinamente para trascender el ruido externo y sintonizar con el lenguaje silencioso de nuestro mundo interior.


Desde la psicología, esta afirmación se ancla en el concepto de la empatía activa. No se trata solo de reconocer las emociones de otro, sino de una inmersión profunda en su estado interno, una capacidad de "ponerse en sus zapatos" que permite percibir lo que no se dice explícitamente. Las personas que se preocupan por nosotros desarrollan una sensibilidad especial hacia nuestras señales no verbales, nuestras sutilezas en el comportamiento y los silencios cargados de significado. Su preocupación actúa como un radar emocional, afinando su percepción más allá de las palabras.
La incapacidad de otros para "oírnos cuando estamos callados" no es necesariamente un signo de indiferencia malintencionada, sino a menudo una limitación en su capacidad empática o una falta de inversión emocional en nuestra experiencia. En un mundo donde la atención es un bien escaso y las interacciones pueden ser superficiales, se requiere un nivel significativo de involucramiento emocional para sintonizar con las señales sutiles de alguien que está luchando en silencio.


Psicológicamente, la capacidad de percibir el silencio ajeno está estrechamente ligada al apego seguro y a las relaciones de confianza. En vínculos donde nos sentimos seguros y valorados, las personas que se preocupan por nosotros han aprendido a lo largo del tiempo nuestros patrones de comportamiento, nuestras expresiones faciales y nuestras maneras de comunicar el malestar, incluso cuando las palabras fallan. Esta familiaridad emocional, construida sobre la experiencia compartida y la atención constante, les permite detectar las señales de que algo no está bien, incluso en la ausencia de palabras.


La frase también resalta la importancia de la validación emocional. Cuando alguien percibe nuestro silencio y responde con comprensión y apoyo, nos sentimos vistos y validados en nuestra experiencia interna, aunque no la hayamos expresado verbalmente. Esta validación es crucial para el bienestar emocional, ya que nos ayuda a sentirnos comprendidos y menos solos en nuestras luchas.


Por otro lado, la falta de respuesta al silencio puede generar sentimientos de invisibilidad e incomprensión, exacerbando el malestar emocional. Cuando nuestro silencio, que a menudo es un grito silencioso de ayuda o de necesidad de ser visto, pasa desapercibido, puede reforzar la sensación de aislamiento y dificultar la búsqueda de apoyo.


En el contexto vibrante y acogedor, donde las conexiones humanas florecen en cada encuentro, esta frase nos recuerda el valor incalculable de rodearnos de personas que nos aman lo suficiente como para escuchar el lenguaje silencioso de nuestra alma. No se trata de una habilidad mágica, sino del fruto de la empatía genuina, la atención consciente y el involucramiento emocional profundo. Estas personas son faros en la oscuridad, capaces de percibir nuestras tormentas internas incluso cuando el exterior permanece en calma. Su capacidad de "oírnos cuando estamos callados" es un testimonio del poder sanador de la conexión humana auténtica y un recordatorio de que, en el silencio compartido con quienes nos aman, a menudo encontramos el consuelo y la comprensión que más necesitamos.

Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.