Por Ariana Altuve es coach holística de salud y creadora de contenido.
Hay una voz interna de la que muchas veces no nos damos cuenta: “Si no puedo hacerlo perfecto, mejor no lo hago”. Y así empieza el ciclo: una semana perfecta de comidas balanceadas, entrenamientos, suplementos, de rutinas. Luego, un día difícil —por trabajo, cansancio, la vida— y sentimos que lo arruinamos todo. Entonces, lo dejamos. Todo.
Este patrón de pensamiento, tan común y silencioso, puede ser más dañino que cualquier comida “procesada” o entrenamiento perdido. Porque te desconecta. De ti. De tu cuerpo. De tus ganas reales.
A mí me ha pasado. No escribo esto desde la cima de la disciplina. Vengo desde el medio del caos. Este mes ha sido uno de los más desordenados para mí. Entre trabajo, cambios, emociones, y el simple hecho de no sentirme al 100%, hubo días en los que mi “rutina” se fue por completo. Y por un momento, me sentí culpable. Como si eso invalidara todo el camino que ya recorrí.
Pero después me repetí algo que también enseño: el bienestar no se trata de hacerlo todo perfecto, sino de permitirnos volver las veces que necesitemos.
Mi solución (real y alcanzable) es la consistencia imperfecta. La salud real no viene del control extremo. Viene del equilibrio interno que se siente sostenible. Y para mí, en estos días, eso se ha visto así:
Así es mi definición de consistencia ahora. No es hacerlo todo. Es hacer algo, desde la conexión conmigo misma. Soltar el “todo o nada” no significa no tener disciplina, sino tener compasión contigo misma.
Hoy te invito a bajarle el volumen a esa voz que te exige perfección, y subirle a la que te dice: haz lo que puedas hoy, y mañana también será suficiente.