Pia Arismendi

En el entramado de nuestra existencia, a menudo nos encontramos con verdades sencillas que encierran una profunda sabiduría. Una de ellas resuena con particular fuerza en la psique humana: "Se compra lo que tiene precio. Lo que tiene valor se conquista." Esta frase, aparentemente concisa, destila una diferencia fundamental en nuestra búsqueda de la satisfacción y el significado, invitándonos a una introspección sobre lo que verdaderamente perseguimos.


Desde una perspectiva psicológica, la distinción entre "precio" y "valor" no es meramente económica; es una brújula que nos orienta hacia diferentes tipos de bienestar. Lo que tiene precio se ubica en el plano de lo tangible, lo cuantificable, lo adquirido mediante una transacción. Pensemos en un nuevo coche, una prenda de moda, un dispositivo tecnológico. La satisfacción que surge de estas adquisiciones es, por naturaleza, efímera. 


La psicología del consumo nos enseña que la novedad genera una descarga de dopamina, un placer instantáneo que rápidamente disminuye, dejándonos en la "cinta de correr hedónica", siempre buscando la próxima adquisición para replicar esa sensación fugaz. 


Comprar cosas con precio a menudo responde a una búsqueda de validación externa, estatus o una solución rápida para llenar vacíos internos. La felicidad vinculada al precio es externa, superficial y, en última instancia, insostenible como fuente de bienestar duradero.


Por otro lado, lo que tiene valor se manifiesta en el reino de lo intangible, lo profundo y lo duradero. Aquí hablamos de la confianza ganada, el amor compartido, la sabiduría acumulada, la resiliencia forjada ante la adversidad, la paz interior, un propósito de vida. 


Estas son las "conquistas" que requieren esfuerzo, tiempo, dedicación, vulnerabilidad y, a menudo, enfrentar nuestras propias limitaciones. La "conquista" no es un acto de dominación, sino un proceso de construcción personal y relacional.


Psicológicamente, el proceso de conquistar el valor activa mecanismos de crecimiento personal y auto-eficacia. Cuando dedicamos tiempo a cultivar una amistad genuina, a dominar una habilidad, a superar un miedo o a construir un proyecto significativo, estamos invirtiendo en nuestro ser. El resultado de esta inversión no es un objeto que puede ser desvalorizado por el paso del tiempo o la aparición de una nueva versión. En cambio, es una fuente intrínseca de felicidad y sentido. La satisfacción que proviene de la conquista del valor es profunda, resiliente y contribuye directamente a nuestra autoestima y bienestar psicológico a largo plazo. Nos empodera al demostrarnos nuestra propia capacidad de superar obstáculos y de crear algo significativo.


En una sociedad que a menudo nos empuja hacia el consumo y la gratificación instantánea, esta frase nos sirve como un recordatorio vital. Nos invita a preguntarnos: ¿qué estamos persiguiando realmente? ¿Estamos invirtiendo nuestra energía en acumular lo que tiene precio, o estamos dedicando nuestro tiempo y esfuerzo a conquistar aquello que verdaderamente aporta valor a nuestras vidas y a las de quienes nos rodean?


Reconocer que el verdadero tesoro de la existencia no se compra, sino que se construye y se conquista a través de la experiencia, el esfuerzo y la conexión auténtica, es el primer paso hacia una vida más plena y significativa. Es un llamado a priorizar las relaciones, el aprendizaje, la superación personal y la contribución al mundo, porque son estas conquistas las que, al final del día, definen nuestra verdadera riqueza interior.

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