Un error en AWS o Cloudflare basta para pausar la vida moderna: pagos detenidos, atenciones médicas interrumpidas, trámites congelados. En Chile ya lo vivimos, pero estos servicios aún no se reconocen como infraestructura crítica.
La economía dejó de apoyarse solo en cables o represas. Hoy depende de líneas de código que operan en centros de datos a miles de kilómetros. Cuando fallan, el impacto es tan real como un corte de luz.
Durante años, la infraestructura crítica se entendió como algo físico: energía, telecomunicaciones, transporte, salud. Pero la masificación de la nube cambió el mapa. Bancos, retailers y empresas de energía o salud operan sobre arquitecturas híbridas o multinube sin dimensionar del todo sus riesgos.
La nube es el corazón operativo. Y cuando se detiene, todo se detiene. Las recientes caídas de proveedores globales lo demostraron: plataformas esenciales quedaron fuera de servicio y, en Chile, los efectos alcanzaron desde bancos hasta servicios ciudadanos.
El problema no es la tecnología, sino cómo la pensamos. Urge incorporar estos servicios a los marcos que protegen la infraestructura crítica. Sin eso, seguiremos expuestos y sin protocolos claros ante fallas inevitables.