Hay frases que, envueltas en gasa de purpurina y pronunciadas por labios que parecen sonreír eternamente, resuenan con una gravedad que desarma. La de Glinda, la Bruja Buena, podría parecer inicialmente un simple comentario de camerino de cuento de hadas. Pero detengámonos: "Cumplir tus sueños es raro. Complicado. Hay un precio que hay que pagar. Y cosas que hay que soltar."
Esta no es la Glinda que nos vendieron en el telón de terciopelo. Esta es la Glinda con los pies en la tierra, la que ha visto los escombros y el polvo que deja un camino pavimentado de buenas intenciones y ambiciones desmedidas.
El Desencanto de la Rareza
Lo primero que ataca la frase es la palabra "raro". No dice "difícil" o "improbable", dice "raro". Esta rareza no se refiere a la escasez del éxito, sino a su textura inesperada. Creemos que el sueño, al materializarse, será una réplica exacta de la fantasía que anidaba en nuestra cabeza: un valle florido, bañado en la luz perfecta. La realidad es que es un paisaje accidentado, a menudo brumoso, y sí, raro en su imperfección. La casa que compras con tu esfuerzo huele a humedad en invierno. La carrera soñada exige reuniones que destripan el alma. La pareja ideal ronca y deja la tapa del inodoro levantada.
El cumplimiento no es un punto de llegada, sino una meseta de nuevos problemas. Es raro porque la paz prometida nunca llega sola; siempre viene acompañada del fatigoso mantenimiento de lo logrado.
La Factura del Alma
Luego llega la doble embestida: "Complicado. Hay un precio que hay que pagar." El mundo nos vende la idea de que la disciplina es la única moneda de cambio. Glinda nos advierte que la tarifa es mucho más elevada. Es una factura que se paga con jirones de nuestra propia tela.
¿Cuál es ese precio? No es solo el sudor en el gimnasio o las horas extra; es la renuncia a la certeza, la soledad que abraza a quien se atreve a salir del rebaño, el miedo constante de caer desde la altura alcanzada. Es el sacrificio de la inercia cómoda. Un sueño nunca se paga con un cheque; se paga con una porción de nuestra vida, con la hipoteca de un tiempo irrecuperable.
El camino hacia la cumbre no es una línea recta, es una escalada en la que cada agarre es afilado. Y en esa ascensión, descubrimos que llevamos una mochila pesada.
La Eutanasia de los Apegos
Aquí es donde la frase golpea con la fuerza de un martillo de terciopelo: "Y cosas que hay que soltar."
Esta es la lección más amarga. Para que el barco del sueño navegue ligero y rápido, debemos arrojar por la borda lastres que, irónicamente, creíamos valiosos. Glinda nos obliga a realizar la eutanasia de nuestros apegos inútiles.
Hay que soltar la necesidad de aprobación de quienes se quedaron atrás.
Hay que soltar la versión cómoda y perezosa de uno mismo.
Hay que soltar las viejas amistades que no entienden el nuevo idioma de la ambición.
Y lo más difícil, hay que soltar la ilusión de la perfección.
El cumplimiento de un sueño no es un acto de adquisición, sino de poda. Se trata de cortar ramas muertas para que el tronco principal pueda crecer fuerte. A veces, lo que soltamos es nuestra propia identidad pasada, la persona que éramos y que ya no cabe en el traje del éxito.
Glinda, en su sabiduría envuelta en brillo, no nos quita la ilusión, sino que nos da la brújula de la realidad. Nos recuerda que el sueño cumplido es un objeto precioso, pulido y único, pero su brillo se debe, en gran parte, a las cicatrices que dejó el proceso de su creación. Si deseamos cruzar el umbral, debemos estar dispuestos a pagar el precio completo, empuñar la navaja de la renuncia, y aceptar que la magia, en la vida real, siempre huele un poco a sudor y a pólvora.