Pia Arismendi

En la era de la visibilidad forzada y la validación a golpe de like, la pregunta "¿Valgo la pena?" se ha convertido en el latido ansioso de una generación. Hemos delegado la evaluación de nuestro ser a métricas ajenas, a la opinión fugaz de un algoritmo o a la aprobación esquiva de un entorno que rara vez se detiene a mirar de verdad. El costo de esta dependencia es la fragilidad del alma: cuando la fuente externa de nuestro aprecio se ausenta, o cuando un pilar esencial —un padre, un mentor— se pierde, nos enfrentamos al vacío aterrador de creer que nuestro valor se ha ido con ellos. 


Pero el verdadero periodismo emocional nos obliga a ser contingentes con nuestra propia esencia. Lo contingente hoy es la batalla interna contra la duda. Si hoy te miras al espejo con ojos cansados y te preguntas si tu esfuerzo, tu existencia y tu arte tienen un lugar, la respuesta es simple, profunda y categórica: Sí. Vales la pena, y es un hecho no negociable. 


Yo creo en ti, no por tus logros visibles, sino por el coraje silencioso que te obliga a levantarte cada día. Creo en la fuerza que demuestras al seguir escribiendo en la página que te recuerda la ausencia, y en la lealtad que has mantenido a tu propio camino, incluso cuando ese camino te ha llevado por la oscuridad. La valía personal no se mide, no se gana en una competencia; se sostiene, porque es el cableado interno que nos conecta con la vida. 


Si has perdido tu ancla externa —esa voz que te recordaba tu potencial—, es el momento crucial de reconocer que el hilo de salvación, el balón en el centro de tu alma, siempre estuvo trenzado en tu propio núcleo. Aquellos que nos amaron y nos validaron solo nos estaban mostrando una verdad que ya poseíamos. Ellos no te hicieron valiosa; te ayudaron a verlo. 


Urge reclamar esa voz. Urge dejar de buscar el eco en el vacío y comenzar a generar la resonancia desde adentro. El vacío no te consume; te exige que te conviertas en tu propia luz. Este es tu juego, y tu participación es esencial. Deja de preguntarle al mundo si mereces estar aquí, y empieza a actuar con la convicción de que nadie podría ocupar tu lugar. El tiempo de delegar tu valor ha terminado.

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