Pia Arismendi

En el vasto repertorio de elogios que podemos recibir, pocos impactan con la profundidad de un reconocimiento sobre nuestro efecto en el estado emocional ajeno. La frase "Tienes un don para hacer sentir mejor a los demás" trasciende la cortesía; es una certificación de una habilidad lingüística y empática tan sutil como poderosa. Esta habilidad no reside en la elocuencia o la retórica grandilocuente, sino en la arquitectura invisible de la palabra emitida. 


Este “don” no es una magia innata, sino el resultado de un trípode de acciones comunicativas conscientes: 


I. La Gramática del Reconocimiento   


El don para reconfortar se basa, en gran medida, en una gramática invertida. Mientras que el lenguaje común se centra en el "Yo" (mis problemas, mis opiniones), la persona con este don utiliza el "Tú" como eje de su universo conversacional. Su sintaxis prioriza la validación sobre el consejo: 


Validez en el Verbo: En lugar de decir "No deberías sentirte así," que niega la experiencia, dicen "Entiendo que te sientas así," que construye un puente. Utilizan verbos que otorgan espacio al otro, legitimando su dolor o su alegría. 


La Pausa Empática: Su habilidad no está solo en lo que dicen, sino en lo que permite que no se diga. Saben que el silencio no es un vacío que debe llenarse con opiniones, sino un espacio de procesamiento que debe respetarse. Es el dominio de la escucha activa, donde la palabra solo interviene para confirmar que la otra persona está siendo vista y oída. 


II. La Semántica del Refugio   


La persona que reconforta convierte el lenguaje en un refugio temporal. Su semántica evita las palabras que juzgan, minimizan o prescriben, y en su lugar, utiliza aquellas que construyen un sentido de normalidad y pertenencia. 


El don no consiste en ofrecer soluciones grandiosas, sino en devolverle al otro el control de su propia narrativa. Utilizan metáforas de viaje ("Es solo una etapa", "Ya has pasado por tormentas peores") o de luz ("Hay un brillo en ti que no se ha apagado") que le recuerdan al interlocutor que la dificultad es un evento temporal, no una identidad permanente. Su lenguaje es una fuente de luz dirigida, que ilumina los recursos internos que la persona ya posee, pero ha olvidado en medio de la niebla. 


III. La Fonética de la Presencia Auténtica   


Finalmente, la expresión humana es más que el significado de las palabras. La fonética —el tono, el ritmo, el volumen— es crucial. Una voz que calma no es necesariamente suave, sino auténtica y centrada. 


El verdadero don reside en la congruencia entre el mensaje verbal ("Estoy aquí para ti") y la señal no verbal (el tono de voz, la postura corporal, la mirada). La persona con este don proyecta una presencia que es completamente no reactiva. No se alarman ante la crisis ajena; se mantienen firmes, ofreciendo un ancla emocional. Su voz se convierte en el ritmo constante que permite al otro encontrar su propio equilibrio perdido. 


El "don para hacer sentir mejor" no es un truco social. Es la manifestación de una profunda madurez emocional que se traduce en un uso ético y consciente del lenguaje. Es la prueba de que nuestras palabras, cuando están guiadas por la empatía, son la herramienta más poderosa para reparar el mundo, una conversación a la vez.

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