Pia Arismendi

Diciembre llega con luces, brillantes esferas, árboles de navidad enormes, y con todo eso, también la tiranía silenciosa de la abundancia. Cada vitrina es un altar al consumo, un eco ensordecedor que nos empuja a medir el afecto en el peso de las cajas y el brillo efímero de los "múltiples regalos". Observo esta avalancha material y me pregunto: ¿De qué vale la acumulación si el alma se siente vacía? ¿De qué sirve el festín si el corazón está en ayuno? 


La verdadera crisis de la temporada no es económica, sino de presencia. Nos perdemos en la carrera por encontrar el objeto perfecto y olvidamos el único regalo que tiene un valor incalculable: el estar. El momento presente se vuelve una víctima del calendario, de las compras a destiempo y del estrés por la perfección. La invitación, por urgente y radical, es a la pausa, a despojarnos de lo superfluo para abrazar lo esencial. 


La vida, en su contingencia más brutal, sigue ocurriendo fuera de la burbuja navideña. Hay corazones rotos que duelen con la música alegre de fondo, hay personas que acaban de perder un trabajo y luchan contra la vergüenza, hay almas que enfrentan la soledad más helada en medio del bullicio. Para ellos, el regalo más trascendente no es el objeto envuelto, sino el reconocimiento de su dolor. 


Aquí reside la profunda responsabilidad colectiva y el acto de generosidad que realmente ilumina. Pensar en el otro es detenerse, mirar a los ojos sin juicio y ofrecer un espacio de silencio seguro. Una simple sonrisa, un gesto de validación, un "te veo" sincero, puede ser el único hilo de luz que atraviese el día de alguien que llora en secreto. Es el acto de ser el ancla para un alma a la deriva, recordando su valor con el simple hecho de nuestra incondicional presencia. 


Que esta Navidad nos recuerde que el espíritu de la época no reside en lo que compramos, sino en lo que somos capaces de entregar sin esperar nada a cambio. Que nuestra verdadera celebración sea el acto de sostenernos unos a otros, de priorizar el momento compartido, y de entender que el regalo más valioso siempre será el tiempo, el hombro y la certeza de que no estamos solos en esta compleja travesía.

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