Las fondas ya se sienten en el aire, las empanadas empiezan a perfumar las cocinas y el carbón espera ansioso en la parrilla. Esta celebración es sinónimo de abrazos, cuecas improvisadas y mesas llenas de sabor, pero cuando la música se apaga y los últimos invitados se van, queda otro protagonista: el desastre que nos recuerda lo bien que lo pasamos.