Pia Arismendi

En la era del branding personal, donde la identidad se ha convertido en una mercancía cuidadosamente curada, la frase "Admiro tu autenticidad" se ha transformado de un cumplido profundo a una moneda de cambio gastada. Sin embargo, al despojarla de su barniz superficial, esta declaración encierra una verdad conmovedora y, a menudo, trágica: la autenticidad no es una cualidad; es un acto de subversión lingüística y existencial. 


Mi humilde análisis se centra en lo que esta frase revela sobre el emisor y el receptor. El elogio de la autenticidad no es solo un reconocimiento del ser del otro; es un lamento silencioso por la propia renuncia a ser totalmente uno mismo. 


I. La Grieta Lingüística: El Lenguaje de la Máscara   


Nuestra vida social está construida sobre un complejo andamiaje de "sociolectos" —lenguajes adaptados a grupos específicos— que nos exigen cambiar de máscara y de voz constantemente. En el trabajo usamos el lenguaje de la eficiencia; con la familia, el de la complacencia; y en las redes, el de la perfección. 


La autenticidad es la ruptura del guión. Es la decisión de utilizar una "idiolecto" (la voz única e innegociable de un individuo) en un espacio diseñado para el coro. Cuando admiramos la autenticidad de alguien, en realidad estamos admirando su coraje para rechazar las normas de co-construcción del lenguaje social: 


Admiramos la Franqueza: El que es auténtico se niega a usar los eufemismos y las frases hechas que la sociedad utiliza para suavizar la verdad. 


Admiramos el Riesgo: El que se muestra tal cual es, acepta el alto riesgo de la incomprensión y el destierro social. La autenticidad es una vulnerabilidad activa. 


Por eso, el cumplido "Admiro tu autenticidad" lleva implícita una cláusula de exclusión: Yo no puedo o no me atrevo a hacerlo, pero me das permiso para fantasear con ello. 


II. El Alto Costo de la Coherencia Expresiva  


El ser humano es la única criatura que puede mentirse a sí misma a través de su lenguaje. Pasamos la vida modulando nuestra voz, suavizando nuestras opiniones y maquillando nuestras emociones para asegurar la aceptación. El costo de esta constante modulación es la erosión del núcleo del yo. 


La persona auténtica paga un precio más alto en el corto plazo, pero gana la moneda más valiosa: la coherencia expresiva. Su lenguaje y su cuerpo son un solo mensaje, sin fisuras entre lo que dicen y lo que sienten. 


Ganan el Sentido: Viven en un mundo donde el lenguaje tiene un significado directo y sin ambigüedades, libre de la carga cognitiva de la simulación. 


Ganan la Fuerza: Su expresión, al no estar dividida por el miedo, posee una fuerza gravitacional que atrae a aquellos que también anhelan liberarse. 


La verdadera autenticidad, por lo tanto, no es una pose atractiva; es una postura vital que implica renunciar a la aprobación universal. Es preferir ser odiado por lo que se es, a ser amado por lo que se simula ser. 


Al final, la admiración por la autenticidad debe ir más allá de la palabra. Debe transformarse en una invitación a la acción: si te conmueve la verdad del otro, la única respuesta honesta es comenzar a liberar la verdad cautiva dentro de ti. Solo al hacer la autenticidad la norma, y no la excepción, podremos pasar de la admiración al compartir genuino.

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