Por Nadia Troncoso, Jefa de Informaciones de Riesgos de Solunion Chile.
El acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur (UE-Mercosur), que podría ratificarse antes de fin de año, promete transformar el comercio exterior en Latinoamérica. Según lo previsto, el bloque sudamericano eliminaría aranceles sobre aproximadamente el 91% de las exportaciones europeas, mientras que la UE reducirá gravámenes en torno al 92% de los productos latinoamericanos en un período de una década.
Para los exportadores, esta apertura representa un salto en competitividad, pero también plantea desafíos. Los aranceles más bajos abren oportunidades, pero el verdadero diferencial estará en la capacidad de las empresas para gestionar riesgos asociados: mayor competencia en precio, cumplimiento de normativas ambientales y de calidad europeas, y potenciales tensiones políticas que podrían retrasar o modificar la implementación del acuerdo.
En Latinoamérica aún persisten riesgos derivados de la volatilidad política, de la limitada disponibilidad de divisas en ciertos países y de entornos regulatorios cambiantes. En ese sentido, más allá de las oportunidades que abre el acuerdo, las compañías deben tener muy claro cómo gestionar su caja, proteger sus cuentas por cobrar y planificar escenarios de estrés para no exponerse a impagos o caídas de liquidez.
Entre los principales puntos críticos se encuentran la necesidad de invertir en trazabilidad y sostenibilidad para cumplir estándares europeos, prever disrupciones logísticas por mayor flujo de mercancías, y diseñar estrategias financieras que protejan a las compañías de la volatilidad cambiaria.
Para Chile, que mantiene la calidad de Estado asociado al Mercosur, el acuerdo también podría generar impactos relevantes. Aunque el país no participa directamente en las negociaciones, la apertura del bloque al mercado europeo podría reconfigurar la competencia regional, afectando a sectores donde las exportaciones chilenas y las del Mercosur coinciden, como el agroalimentario, vitivinícola o forestal. Al mismo tiempo, el nuevo escenario podría abrir la puerta a alianzas estratégicas entre empresas chilenas y del bloque, orientadas a aprovechar sinergias productivas y logísticas en sus envíos hacia Europa.
Asimismo, las compañías chilenas deberán reforzar su capacidad de adaptación frente a los cambios en los patrones de demanda europea, cada vez más marcados por exigencias de sostenibilidad, trazabilidad y cumplimiento ESG. Invertir en procesos más eficientes y sostenibles, junto con fortalecer la gestión del riesgo crediticio y la planificación financiera internacional, será clave para mantener la competitividad frente a un entorno comercial en plena transformación.