En un mundo que nos empuja a la constante exhibición de éxitos, a la carrera incesante por la productividad y a la presión implacable de "ser nuestra mejor versión" a cada segundo, la pequeña frase "No siempre se puede brillar, a veces solo hay que respirar" emerge como un bálsamo, un suspiro de sabiduría urgente.
En el imaginario colectivo, alimentado por relatos románticos y expectativas sociales, persiste la idea de que necesitamos encontrar a nuestra "otra mitad" para sentirnos completos. Se nos vende la noción de que somos seres incompletos hasta que alguien más llega a llenar ese vacío, a encajar perfectamente como la pieza faltante de un rompecabezas.